account_circle Por: María Cecilia Alvarez, Career Partner, People & Partners

access_time 04 · 07 · 2019

Estamos en la era de los Derechos. Se habla de ellos en todas partes, en relación a una variedad de temas, y todos estamos de acuerdo en que se ha avanzado mucho en materia del respeto a otros en su dignidad, identidad, y acciones.

En el mundo laboral, se ha instalado el derecho a que las mujeres tengan acceso a posiciones de mayor responsabilidad, a tener iguales sueldos a iguales cargo, etc. pudiendo señalar muchos ejemplos que ilustran este avance que apunta a hacer valorar los derechos.

Sin embargo, cuando empezamos a hilar un poco más fino, existe un área gris en el que los derechos parecen no evolucionar. Me refiero a los procesos de Selección en los que miles de chilenos participan al momento de buscar un trabajo.

Por una parte, se ha establecido legalmente los límites que se deben observar en materia de entrevistas, consignando áreas que son consideradas privadas y de las cuales no se debería indagar, es decir, cautelando el derecho a la privacidad e intimidad de las personas. Por otra parte, y más allá de estas consideraciones, sigue habiendo una percepción, desde la experiencia de los participantes de estos procesos, de que se falta todavía a un derecho básico, el derecho a SABER.

En la práctica, al participar en procesos de selección, los candidatos asisten a entrevistas, con distintos roles, de distinta profundidad, se someten a tests psicológicos, es decir, en cada etapa, desde el inicio con el envío de su curriculum, hasta cada conversación sostenida con los entrevistadores, se entrega una enorme cantidad de información, profesional, laboral, personal, familiar, etc. No es ese el punto en conflicto.

El candidato deja de sentirse tratado con el respeto que merece, cuando luego de todo este desarrollo, deja de tener noticias.   Pasan días, semanas y no hay respuesta por parte de los entrevistadores. Ante este silencio, el candidato escribe, llama, y no logra hacer contacto con los que están a cargo, sintiéndose completamente ignorado.

Claramente, esto no es algo que pueda considerarse equitativo, respetuoso, ni educado. Si hay alguien que desde la buena fe, abre sus antecedentes hacia otro con el fin de participar y avanzar en un proceso, el mínimo esperable es que el que reciba y administre esta información, se dé el tiempo de mantenerlo al tanto del estado del proceso, le responda las llamadas o el correo cuando la persona ejerce el derecho mínimo exigible: saber qué pasó con su postulación. Si sigue avanzando, si quedó en el camino, si fue descartado.

¿Por qué si todos exigen el máximo de profesionalismo para llevar un proceso y se le paga a terceros importantes sumas para que lo lleve a cabo, se minimiza o no se le da ninguna importancia a tratar con respeto y educación a los postulantes? ¿No es parte del juego también?

Más allá de la práctica de buscar leyes que todo lo regulan, se trata de mantener un mínimo de humanidad, en el contexto de que quienes buscan trabajo, muchas veces ya lo están pasando bastante mal, y que este ignorar al otro puede traducirse en agregar más incertidumbre de la que ya está viviendo en relación al futuro, generando nuevos golpes, solapados, silenciosos, pero no menos dolorosos. Es sabido que el estar sin trabajo se configura como uno de los eventos estresores importantes en la vida de las personas, más allá de las condiciones en que el proceso se viva. Los postulantes tienen derechos y es importante que los que realizan procesos de selección lo recuerden, actúen en consecuencia y sean capaces de establecer una relación equitativa, donde se entregue feedback oportuno a los postulantes, y se observen ciertas formas que aseguren que cada persona que está en juego sea tratada con respeto, educación, dignidad y humanidad. “Trata a otros como te gustaría que te trataran”

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