Paola Román

Subgerente de Riesgo Operacional y Control Interno

Banco Itaú

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El día gris

Esa mañana llegué al trabajo como cualquier día de un período complicado. Estaba recién empezando a mejorar el tiempo, no use abrigo.

La reunión en la que revisaría mis vacaciones se transformó de un momento a otro en una carta de desvinculación. El frío interior me dejó en silencio. Sentí cómo se me caía el cuerpo, desplome que no fue nada comparado con el alma en mil pedazos.

No leí la carta, lo que dijera no importaba. No lograba entender qué había pasado, en qué momento del tiempo las cosas habían empezado a andar mal, cuáles eran las razones, las verdaderas razones. Tomé mis cosas y después de unas cuantas despedidas salí a la calle con sensación de caminar sin rumbo, despojada, los ojos llenos de lágrimas apenas me dejaban ver por dónde iba.

Después del impacto inicial revisé la carta, entre las condiciones decía algo así como “incluye apoyo de reinserción…”, ¡qué diablos es esto! ¿Acaso creen que con esto me van a  quitar el dolor que tengo? ¿Acaso esto los hace menos malos conmigo?  Lloré mucho.

A los pocos días, estaba en People & Partners.

El proceso

¿Qué me pongo? Estaba paralelamente en un proceso de cambio de casa, mi ropa estaba literalmente embalada. Nada me queda bien, estoy fea, demacrada. En realidad, muy enojada. No quería hablar, miraba las caras de tantos a mí alrededor, mucho silencio.

Algunos contaban su experiencia y parecían tan seguros de sí mismos… yo tenía miedo, vergüenza.

El Fast Track poco a poco llamó mi atención, de alguna forma me sacó del pánico. En el reflejo de la ventana vi que me estaba riendo, ¿sería yo? ¿Era eso posible?

Escondí el miedo detrás de las tareas. Me obligué a salir de casa y temprano. De alguna forma se activó el piloto automático, ese que hace las cosas sin pensar, cuando sabe que son buenas.

Lloré de nuevo varias veces. En una de esos llantos hice CLICK! Mandé a la punta del cerro a mi ego. Sí, a ese bruto insoportable que solo hace llorar. Y empecé a armar lo que me gustaría ser. La humildad estaría al centro, seguida de tenacidad, perseverancia. Servir al equipo que me toque liderar, y no ser servida, sería mi ley. Ese fue un buen día, reconciliación conmigo misma. Había encontrado una misión y visión de lo que quería para mí.

Hacer la pega

¿A quién conozco? ¿Se acordará de mí? ¿Y si no responde?  Mi mercado es muy acotado, pocas empresas, muchas de ellas ni siquiera me gustan… Piensa, piensa: ¿alguna vez hice daño intencional a alguien? ¿Mentí en mi favor o robé? No, no, no… entonces, ¿por qué el miedo? ¡Si hasta a Steve Jobs lo echaron de su  propia empresa!  ¡Y de puro top hizo otra tan espectacular como la primera!

Sin mayor análisis tomé el tarjetero, después la agenda de correo, teléfono, las redes sociales. Inventé mail para los que no conocía, otro para los que no veía hace 10, 5,  1 año… y otro para amigos más cercanos. De pronto una avalancha de respuestas, seguido de reuniones que costó coordinar. Tuve plena conciencia de que muchas de ellas iban a morir ahí, pero ¿si una de ellas resultara?

La meta de hacer reuniones se transformó en juego. Sin nada que perder y mucho que ganar, emprendí la tarea de caminar por Santiago, descubrí cosas notables: ¡Santiago está lleno de personas! No lo había visto, había dejado de mirar por la ventana, de sentir el viento… Conocí a muchos que abrieron sus puertas, me ofrecieron un café. Recuperé a un centenar de amigos, reviví los buenos momentos con ex compañeros de trabajo. Volví a conocer a personas que antes no fueron cercanas y que se transformaron en pilar de apoyo.

Un día uno de ellos me dijo: “Sé que te va a ir bien, tienes una estrella”. Cuando salí de la reunión lloré otra vez, de emoción feliz.

La función debe continuar

De forma inesperada, estaba en dos procesos. Ambos buenos. Peleé por los dos, publicité mi nuevo yo como si fuera lo mejor del mercado, lo presenté con humildad… y también ¡orgullo! Tuve que elegir. Esta vez hubo un ingrediente que antes no había incorporado al mix de atributos: felicidad.  Y así el resultado, contra algunos pronósticos, se decantó por el cargo menos glamoroso. Dejé pasar una Gerencia bien top, y acepté una Subgerencia hecha a mi medida. No fue fácil, el ego bailaba en la punta del cerro haciendo burlas, provocándome. Ahora lo miro yo, y me río de él.

La vida se hace con las personas que nos rodean, con las famosas redes familiares, profesionales, de amigos… De ahí tu nombre People… and Partners, gracias, de verdad, gracias mil.”